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23 de junio de 2010

Ahorrar de verdad

Ahora se está volviendo a hablar mucho del ahorro, como si los cubanos fuéramos unos derrochadores y por ello tuviéramos la culpa de la mitad de nuestros males (la otra mitad la tiene el bloqueo). Y bien, vamos a meterle a esto del ahorro.


La actividad que más electricidad gasta en el país es el bombeo de agua, he leído por aquí y por allá. Y también he leído que más de la mitad del agua bombeada se derrama en vano, a través de agujeros en las grandes conductoras, en las pequeñas o en el interior de los inmuebles del consumidor final, particular o estatal. Allá se derrama cualquier iniciativa de ahorro que valga la pena. Para colmo, también hay sequía.

Si lo que se quiere es ahorrar de verdad y no dar una imagen simulada de actividad para complacer a las altas instancias, éntresele a ese problema. ¿Cómo?, bueno, yo como ciudadano no tengo los medios para salir y reparar las conductoras de agua, los acueductos. Eso solo lo puede hacer el Estado. ¿Qué no hay recursos? ¿Y lo que se bota continuamente por los salideros, cómo se llama?

Dentro de los inmuebles, sobre todo, golpean los herrajes. Dentro de mi casa, yo me las arreglo para que no se bote, cambio zapatillas, pilas. El precio del agua es muy barato, así que lo hago sobre todo por respeto al medio ambiente, a mi comunidad, etc., pero precios más altos ayudarían a que todos tuviéramos mayor precaución ante el malgasto. Claro, que también hay que poner metros contadores. Y facilitar que se adquieran, menos caros, herrajes para inodoros, lavamanos, plomería en general. Va a salir más barato (para el Estado y para el ciudadano) que seguir botando agua. El dueño de su casa se encargará, generalmente, de arreglar los posibles problemas o buscar ayuda, que será preferible a encarar una tarifa creciente de su consumo hídrico.

Dentro de los centros estatales, el agua que se bota –y es mucha- NO LE DUELE A NADIE. Bueno, si eso no cambia, ¡se seguirá botando! Si no hay estímulos y sanciones a los encargados, el chorro de agua seguirá hasta que se vacíe la presa, o se quede sin combustible la planta eléctrica que la bombea.

Para hacerse rápido la cosa en los inmuebles tanto estatales como particulares, después de disponer de los suficientes elementos de plomería, se podría hasta movilizar el ejército de trabajadores sociales preparado en los tiempos de la llamada batalla de ideas, de la que no se habla mucho últimamente. Harían algo muy útil si le entraran a esas empresas y grandes hospitales y escuelas y edificios de centenares de oficinas y baños y lavamanos y duchas goteantes y chorreantes, con el apoyo del personal de mantenimiento local, atacando cada lavamanos con una llave inglesa en una mano y una pila nueva en la otra, zapatillas en el bolsillo y refuerzos listos para cuando el problema fuera de inodoros o de mayor nivel. Después de resuelto los problemas –comprobadamente- se le mide al administrador del lugar, al responsable de mantenimiento, una cuota de agua razonable, y si se propasa y no toma medidas productivas, zuábana, pues no se está ganando el salario que se le paga para ello.

Así se ahorrará agua y electricidad. Eso sería una manera concreta, no exhortaciones abstractas que caen en el vacío y no resuelven nada, por muy altisonante que sea el discurso y por mucho que se acalore el orador hablando no se sabe bien para qué público, si el de las instancias superiores con las que hay que quedar bien, o para el indiferente de las demás personas.

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