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13 de noviembre de 2010

La conmoción nacional

Supuestamente, nadie podría sustraerse a la conmoción nacional de estos días. Digo supuestamente, porque siempre hay cada cual por ahí, que da grima. Bueno, regresando, vamos a un par de impresiones que me han dejado los famosos Lineamientos, impresiones con las cuales algunos coincidirán y otros no.

Para empezar, quiero creer que de veras las opiniones y el debate popular sobre estos lineamientos será provechoso, será tomado en cuenta, tendrá un resultado. Es que después de que el intercambio nacional del 2007, convocado por el mismísimo Raúl, fuera borrado de los medios, a uno le quedan dudas. Esperemos.

Algo que me molesta sumamente de muchos enfoques que salen por ahí, es la insistencia en el presunto acomodamiento a “vivir sin trabajar”, como si esa fuera la responsabilidad y aspiración del vago de Liborio. Y me revienta, que estos proclamados analistas le echan la culpa arriba al infeliz. Sea por oportunismo o por sincero interés de mover el debate, sea en un diario nacional o en un ensayo de Rufo Caballero. A ver cuál de estos sesudos tiene el corazón de decirle a uno de esos maestros veteranos, a un médico de los que cubren tres consultorios, a un obrero –manual o intelectual– de los que deben cumplir una norma de producción en cualquier puesto, que le gusta “cobrar sin hacer nada”… su miserable estipendio de 20 pesos convertibles mensuales. A ver cómo se explica que las plazas más solicitadas en Cuba sean las del Turismo, por más que los dueños extranjeros de los hoteles andan con el látigo en la mano. Hasta el punto que esas plazas se han vendido sistemáticamente, en sumas muy altas para una fuerza laboral a la que, según aquellos, le gusta “vivir sin trabajar”. Si fuera cierto que a Liborio padece de tal vicio, cómo es posible que nunca falten candidatos resueltos para decenas de miles de trabajos enfrentando las encomiendas más duras en las misiones en el extranjero, en los lugares más bizarros del mundo; cómo es posible que no se agote nunca la lista de espera de los que aspiran a emigrar a las sociedades de consumo donde, es sabido, hay que doblar el lomo y bien doblado –sin quitar que un porciento de esos candidatos a emigrar piensen en vivir el vacilón, pero no es lo más representativo. Creo que para alguien que ande sin malas intenciones, resulta fácil descubrir que el cubano sí anhela sudar… pero ver el resultado.

Y sí, es lógico tener pánico frente al peligro de ser “racionalizado”. Porque por mísero que fuera, ese sueldito era una garantía mínima, un dogma cimentado en decenios de solemnes juramentos y promesas de que nunca sería amenazado, de que nunca se aplicaría la receta del despido, de que el país no iba a abandonar a nadie así. Ese sueldito daba holgadamente para sacar los mandados de la bodega. En ese puesto también, con frecuencia, se tenía un almuercito que permitía estirar la susodicha cuota. En ese puesto se producía mucho, poco o nada, sobre todo en dependencia de la motivación que hubiera y las posibilidades que se concretaran respecto a tareas bajadas de los niveles superiores con el aseguramiento que apareciera y las coordinaciones que tampoco dependían del trabajador. Quienes organizaban el Frankenstein eran otros, lejanos, abstractos, intocables. Y la culpa de lo que no funcione, de los de abajo.

Preferible me resulta el enfoque de otro periodista de Bohemia, que reflexiona sobre los enfoques anteriores que no dieron resultado, los llamados a la conciencia, sistemas de estimulación parciales, el endurecimiento de la legislación… sólo le faltó preguntarse por el perfeccionamiento empresarial, y qué causas lo frenaron. Bueno, ante el fracaso de todo ello, lo único que quedaba en la situación de crisis era esto.

¿O no? ¿Qué tal socializar lo estatal?

Aunque tengo cierta certeza de que no voy a sobrar en mi centro, no dejo de estar alarmado por las consecuencias del desempleo que se va a disparar. Ya sé que el empleo anterior era artificial, insostenible, precario, pero era lo que separaba a muchas personas de una vida basada en la delincuencia abierta. Más aún si se extingue la libreta de abastecimiento. Nunca fui amigo de esta, pero la necesito para la leche y las compotas de Rogelito, la necesitamos en casa todos para una base segura que solo tenemos que complementar con el mercado libre, en sí caro y errático.

Y sobre aquella decisión de cerrar cuanta empresa siga siendo irrentable aún después de los despidos… qué duro, eh. Recuerdo, no obstante, la iniciativa de los movimientos obreros en lugares como Argentina. Los dueños de la empresa los despedían a todos y cerraban la empresa bajo el mismo argumento. Los trabajadores allá han roto más de un candado y echado a andar las maquinarias, de manera autogestionada, cooperativa… formando unidades de trabajo rentables –y defendiéndose de los intentos de desalojo. Qué tal si les damos la misma oportunidad a los trabajadores por acá, sin tener que llegar a los extremos. Después de todo, queremos seguir siendo socialistas.

Y para decir una última cosa, esta sobre la descentralización de ingresos e inversiones a las unidades territoriales. Me parece bien, excelente, siempre y cuando no se extienda el robo y la corrupción con la disponibilidad de presupuesto. Hay pocas formas de evitar eso, las mejores o más bien las únicas siempre son, transparencia plena de la gestión, elegibilidad libre y periódica, y renovabilidad de cargos públicos. Lo decía Lenin, clarito clarito.

3 comentarios:

Boris dijo...

¿Y a nadie se le ocurre que los despedidos deberían ser otros?

wzaldivar dijo...

Si a mí, tengo una lista completa de despidos del Comité Central

habanera dijo...

Creo que coincido bastante, no botar el sofa, si no, colocarlo en otra posición a ver si funciona mejor. Además, me alivia oir a alguien decir que gran número de nosotros si trabajamos.