Secciones

Secciones

Reglas para comentar

1) Los comentarios ofensivos serán borrados
2) Los comentarios deben tener alguna relación con el tema del post
3) Se agradecerá el aporte de argumentos con referencias para que podamos ampliar el debate

1 de junio de 2012

Desigualdades económicas en la educación en Cuba ¿llegaron para quedarse?

Tags: Cuba, Educación, desigualdad 
 
Marilú es una estudiante de preuniversitario. Vive en un pueblito rural, en el que cursó hasta el  noveno grado en las escuelas construidas allí después del año 1959. Para la continuidad de estudios, debe transportarse diariamente hasta la cabecera municipal.
 
El primer problema surge con el transporte. El ómnibus público que sale de otro paradero, le adelanta algunos kilómetros pero, aún así, desde el final de su recorrido hasta el centro urbano donde se encuentra el Pre, faltan un largo trecho. Con inestabilidades determinadas por los vaivenes en la política de autorizaciones, un particular brinda este servicio con una camión que cobra una cantidad, modesta para estos estándares, de cinco pesos. Como gesto excepcional, el hombre ha accedido a permitir que los estudiantes abonen solo dos pesos, a condición de que vayan de pie.
 
Una vez en la escuela, Marilú pasa la jornada de la mañana y también, por orientaciones estrictas de las autoridades de funcionar de esa manera, la de la tarde. Esto implica la necesidad de almorzar, pero el centro escolar no brinda este servicio. Los estudiantes deben agenciarse algo por su cuenta, y lo menos que cuesta un refrigerio, poco sano para sistematizarse, de una pizza y un refresco, es algo más de diez pesos.
 
Por suerte la familia de Marilú tiene, además de una finca de donde extraen –con mucho trabajo– el sustento material suficiente, la suficiente conciencia como para invertir en la hija los más de doscientos pesos mensuales que nos va costando esta historia. Ahora esa suma crece un poco, no exponencialmente gracias a que la escuela en sí, esto es, las clases, son gratuitas, y los libros –los que hay–  se facilitan en préstamo igualmente sin costo; pero crece por varios factores. El uniforme amortigua los costos; un poco, porque llevar zapatos viejos es una humillación difícil de tragar en esa etapa. Para otros insumos ¬ –libretas, bolígrafos– hay que poner también una tierrita de vez en cuando. Otras familias con condiciones económicas no tan sólidas como la de Marilú, o de pensamiento más conservador ¬-abundante, incluso más, en los ambientes rurales-, podrían y de hecho llegan a la conclusión de que ya la muchacha estudió lo suficiente y que lo que le corresponde es empezar a servir económicamente a la familia, y hasta conseguir un marido proveedor.
 
Como la familia de Marilú también puede, se permite pagar a varios repasadores que suplen las deficiencias de los bizoños profesores de esta, cuando no la llana ausencia de los mismos. Marilú aspira a entrar a la Universidad, y más le vale sacar buenas notas en los exámenes de Español y Matemáticas.
 
Lejos, pero no demasiado, del pueblo de Marilú, vive Yoenis. Yoenis puja cada madrugada con un par de ómnibus en la capital del país para llegar al ISPJAE, donde se prepara como ingeniero. Yoenis, como Marilú, no paga un centavo por el derecho de asistir a clases impartidas por doctos profesores, ni por los libros que recibe en préstamo, ni por usar los laboratorios de computación. Pero tampoco dispone de almuerzo, solo asegurado para los estudiantes becados del interior del país. Y a esa edad, los jóvenes tienen un hambre... Yoenis recurva por los pequeños dispendios de víveres que florecen alrededor de la CUJAE, como también se le llama a su universidad pero, en esta capital, una merienda de medio palo para pasar el día se lleva, igualmente, no menos de quince pesos. Vaya, más de trescientos al mes.
 
En el barrio de Yoenis, la mayoría de sus coetáneos ya están en algún tipo de actividad económica, más diestra o más siniestra. Un par de chicas ya se buscaron maridos y, un chico, una novia española. Él es el único que todavía es mantenido por sus padres; con el agravante, cuando se compara con Marilú, de que en la Universidad no hay uniforme... Yoenis se debate entre el calvario juvenil que es ser el peor vestido del aula, prácticamente el paria, y las malas caras que recibe cuando no le queda más remedio que sustituir un pantalón roto o un pulóver ajado más allá de lo concebible en el ambiente docente. El mensaje velado que recibe, con cada ayuda monetaria, le hace quedar como el vago que solo anda con libros cuando todos ya están doblando el lomo. Pero quemarse las pestañas oyendo el refunfuño tras sus espaldas, es lo único que le permite a Yoenis mantenerse casi a la par de los compañeros de familias con tradición profesional que les pueden aclarar las dudas a sus vástagos, o de aquellos más acaudaladas que pueden pagar al repasador correspondiente. Tal vez terminar la carrera sea el único camino hacia adelante y más allá de la precariedad, pero Yoenis lo tiene muy cuesta arriba.
 
El ajuste de la plantilla de estudios de nivel superior no deberá esgrimirse como razón para la exclusión de unas clases de personas de estos niveles educativos. La renuncia al propósito –disparatado, de hecho– de una educación superior total tendría que ser sucedida por una política de captación basada en capacidades intelectuales y no económicas. Lo contrario simplemente consolidará y ensanchará la desigualdad, destruyendo de paso los puentes que podrían tomar muchas personas jóvenes para salir de las condiciones de marginalidad en que se encuentran.
 
Puede argumentarse que, en Cuba, se gana más dinero hoy en día con cualquier profesión manual que con una carrera universitaria. Pero este argumento peca de unilateral, pues una cosa es tener dinero y, otra, salir de la marginalidad, convertirse en "alguien". El profesional tiene muchas más puertas abiertas, como bien lo saben las familias acomodadas que no reparan en gastos para enrumbar a los herederos. La existencia de estratos muy bien conocidos donde corre mucha plata, torna insostenible el argumento de que no hay de dónde sacar para garantizar los derechos de Marilú y de Yoenis.
 
Este servidor lo tiene muy difícil cuando trata de elucubrar una solución al enraizamiento en nuestra de las desigualdades sociales que, en materia educativa, implica inevitablemente el deterioro de las condiciones y posibilidades de estudio de los y las estudiantes jóvenes provenientes de familias de menores ingresos. Los mecanismos amortiguadores que tomaban lugar en los centros educacionales como alimentación, transporte en algunos casos, mayor cantidad de material escolar y hasta calzado, han sufrido los recortes de los presupuestos sociales y nadie espera que esto se revierta en un momento cercano –más bien todo lo contrario. De hecho, a veces se presenta públicamente esta situación como "los éxitos" del día, con un discurso público indistinguible del prevaleciente en las sociedades del neoliberalismo. La extensión y naturalización de la actividad de maestros particulares hace punto menos que risible la asunción de que la educación privada esté proscrita o, siquiera, mal vista.
 
Así que será un cuestión de mucho trabajo el lograr evitar que, a nivel de la sociedad cubana entera, las desigualdades sociales se vuelvan determinantes en establecer quiénes pueden estudiar y hasta qué nivel. Mucha gente deberá "darle coco" al asunto, mucha insistencia será imprescindible, muchos esfuerzos y sacrificios de otras partes y propósitos, en pro de que el dinero de sus padres, –o la falta de este– no se constituya en el obstáculo insuperable para que Marilú y Yoenis puedan aspirar a alcanzar aquello a lo que tal vez le permitan su talento y esfuerzos personales.
 

 

No hay comentarios: