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18 de junio de 2012

Las acciones bélicas y el idioma (I)

Tags: etimología, mitología, historia, lenguaje, Julio Cesar, Troya, victoria pírrica
 
Este trabajito lo escribí hace algún tiempo pensando en publicarlo con alguien que me pagara por ello, pero no ha surgido la oportunidad. Además tengo que justificar la propaganda que le hago a este blog como de divulgación científica. Así que así salió.
 
Hace no mucho tiempo, me sorprendí al descubrir que un buen puñado de expresiones idiomáticas tienen su origen en sucesos bélicos. Desde las más conocidas hasta algunas ya en desuso -al menos por nuestros lares- estas frases revelan el influjo que ha tenido sobre las esferas de la cultura y el lenguaje esa mala costumbre de la humanidad de estar practicando la guerra.
 
Tal vez la más conocida de las frases con un origen guerrero sea "allí ardió Troya", en cualquiera de sus variantes. Resulta difícil encontrar alguien que no esté al tanto de la historia homérica, pues además de enseñarse hasta la saciedad en la historia y la literatura escolares, ha sido objeto de numerosas adaptaciones mediáticas de toda laya, sobre papel, cine, radio o televisión. Por supuesto, la expresión responde a los sucesos acaecidos en la mítica ciudad.
 
La fama y el poderío de la ciudad de Troya empezaron a crecer más de dos mil años antes de nuestra era, gracias a su favorecida situación geográfica. Situada en la actual nación de Turquía, su cercanía al estrecho de los Dardanelos le permitía controlar una de las vías marítimas más importantes de la Humanidad por aquel entonces. Como suele suceder, la causa del engrandecimiento de los troyanos fue también motivo de enemistades y pugnas con los otros poderes existentes en su entorno, como los griegos, con quienes se enfrentaron militarmente en más de una ocasión.
 
Así, por ejemplo, las leyendas recogen que el mítico semidios hijo de Zeus, Hércules, tuvo una agarrada con el rey troyano Laomedonte. Este último había tenido un problema con el dios Poseidón, por no quererle pagar una remuneración satisfactoria cuando la divinidad terminó de erigir las murallas de la ciudad. El dios se molestó y envió entonces un monstruo a hacer estragos. Para aplacar la furia y satisfacer el castigo, había que sacrificar a la hija del Rey, Hesíone, pero siempre hay un galán en estas historias que rescata a la princesa y ese fue Hércules, liquidando al monstruo de Poseidón con ayuda de su fuerza prodigiosa. El rey Laomedonte –hay gente que no aprende nunca– quizo a continuación engañar a Hércules en el pago de la recompensa, unas yeguas de origen divino, así que este se molestó y destruyó a la mayor parte de la familia real, dejando solo al joven príncipe Príamo, que había reconocido oportunamente el derecho del héroe griego en el litigio anterior.
 
Aunque esa no fue la guerra más famosa entre griegos y troyanos, sí dejó listas las condiciones para la definitiva, la que dio origen a la frase. Según la inmortal obra de Homero, Paris, un hijo de Príamo, se enamoró de la hermosa Elena, esposa del rey espartano Menelao. El troyano raptó a la consorte real y se la llevó consigo a su ciudad. El disgusto real de Menelao fue espectacularmente aprovechado por su hermano, Agamenón, que organizó y encabezó a continuación una poderosa coalición de estados griegos contra Ilión, como también se le denominaba a la ciudad de Príamo y su enamoradizo hijo.
 
Esta guerra, con el resultado por todos conocidos de la destrucción de Troya, ocurrió aproximadamente entre los años 1194 y 1184 a.n.e., según la cronología del historiador, filósofo y sabio Eratóstenes; según otro historiador, Herodoto, ocurrió alrededor del 1250 a.n.e. Discrepancias cronológicas aparte, aquella gesta tuvo tales magnitud y trascendencia, que quedó como referente inmediato para cuando se desea destacar una ocasión de gran violencia y conmoción.
 
En estos tiempos antiguos, ocurrieron otros sucesos que dejaron una "marca registrada" en el lenguaje. Avanzando en orden cronológico, el siguiente suceso que encontramos estableció que, en ocasiones, hay victorias que es mejor no obtener si implican sacrificios demasiado costosos: las victorias pírricas.
 
Pirro, rey de Epiro, tenía fuertes lazos de amistad con la ciudad-estado de Tarento, fundada por griegos en el sur de la península itálica. Los de Tarento lo habían ayudado en la conquista de la isla de Corfú y Pirro era un hombre agradecido, así que cuando le pidieron ayuda ante la amenaza que sentían por parte de la joven república romana, el rey no vaciló en acudir al llamado de sus aliados y amigos.
 
Pirro partió de su reino, situado aproximadamente en lo que hoy constituye Albania, apoyado por otros ejércitos griegos, en el año 280 a.n.e. También se las arregló para conseguir apoyo de sirios y egipcios, con lo que se ve que el hombre era además buen diplomático. Como parte de las tropas, llevaban un grupo de 20 elefantes de guerra, que eran como los tanques de aquella época.
 
Las fuerzas aliadas desembarcaron en Italia y buscaron el apoyo de otras ciudades que fueran enemigas de Roma. El ejército romano, entretanto, no andaba inactivo y mientras otras legiones se ocupaban de controlar a algunos de los pueblos potencialmente levantiscos, la agrupación lidereada por el cónsul Publio Valerio Lavinio se dirigió a  enfrentar a las fuerzas de Pirro.
 
El primer encuentro de importancia tuvo lugar en una llanura cercana al río Siris, entre las ciudades de Heraclea y Pandosia, dando la primera de estas nombre a la batalla que allí se libró. Los griegos estaban en inferioridad numérica, así que tomaron posiciones aprovechando el río como obstáculo natural. Según los historiadores Plutarco y Dionisio de Halicarnaso, el primer ataque de los romanos causó la retirada de la vanguardia griega de infantería, pero la llegada de refuerzos con caballería hizo retroceder a los romanos. A continuación la batalla se estabilizó un tiempo con ambos bandos pugnando infructuosamente por rechazar al otro. Se dice que el mismísimo Pirro fue identificado por su armadura en el campo, mientras participaba personalmente en el combate, y por poco cae en el ataque de un destacamento auxiliar de caballería romana lanzado por su jefe, el oficial Oblaco Volsinio, que había reconocido al jefe enemigo. Pirro se salvó de este ataque y cedió prudentemente las llamativas armas a un oficial suyo, Megacles, que no tuvo la misma suerte y sí pereció poco después. Con esto, el ejército epirota-tarentino por poco monta en pánico, pero el rey reveló rápida y enérgicamente que no era el caído y siguieron combatiendo. Finalmente, Pirro ordenó la carga de los elefantes, cuyo empuje fue excesivo para los ánimos de los romanos y éstos se dieron a la desbandada, perseguidos por la caballería.
 
El éxito de la batalla le dio un gran impulso a la causa de Pirro y sus aliados, que aprovecharían avanzando profundamente en territorio enemigo. No obstante, los romanos vendieron muy caro el terreno perdido –impresionando con su valentía a los mismos oponentes. Por otra parte, estos romanos poseían un gran patriotismo y renovaban las cuantiosas bajas con nuevos reclutamientos masivos. Pirro no podía suplir a sus muchos caídos con tanta facilidad y se cuenta que respondió, a las felicitaciones tras la batalla, comentando que tras otra victoria como esa se quedaba sin ejército y tendría que regresar solo a casa. La continuación de la campaña confirmó los temores del rey, que encontró fuerzas enemigas demasiado grandes en el camino a Roma. Ya de retirada, le volvió a infligir otra derrota a los romanos en Ausculum, de nuevo auxiliándose de sus elefantes, pero otra vez las pérdidas en hombres fueron tan cuantiosas que no le quedó más remedio que retornar a su reino, donde el recuento de sus victorias en batalla no le podría sacar jamás el mal sabor de la derrota en la guerra.
 
La última frase célebre de la antigüedad que traemos a colación es "cruzar el Rubicón", y también tiene que ver con los romanos, específicamente con el famoso primer emperador, Julio César. En el tiempo en que éste no era más que un general, victorioso y popular pero sometido al control del Senado, conspiraba mientras dirigía su ejército por las distintas campañas en la Galia y otras regiones europeas, con vistas a hacerse dueño del poder supremo. En aquella época, el río Rubicón señalaba el límite norte de la Italia romana propiamente dicha, y los generales que estuvieran en campaña por el extranjero no podían cruzarlo de regreso con las armas en la mano, pues esto era tomado como la declaración de rebelión contra Roma.
 
Julio César, después de haberse impuesto en la campaña en la Galia y dominado este territorio (excepto por una pequeña aldea donde un druida tenía cierta poción), sentía acrecentadas sus ambiciones de convertirse en el máximo jerarca de la entonces república romana. Los agentes de César movían intrigas día y noche en la capital, pero en la noche del 11 al 12 de enero del año 49 ane, no estaba claro que fuera a imponerse en aquella arena política tan complicada. Con su ejército expectante a la orilla del Rubicón, el historiador Suetonio cuenta que César decidió jugarse el todo por el todo y, pronunciando otra frase que pasó a la historia –alea jacta est, la suerte está echada– dio la orden a las tropas de emprender la marcha sobre Roma, cruzando el río. De esta manera, la expresión cruzar el Rubicón adquirió precisamente este significado, de embarcarse en un empeño donde se arriesga todo, para tratar de obtener la máxima recompensa.

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