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11 de julio de 2013

Como se ve desde lo de uno

¿Inquietantes? ¿Sugestivas? ¿Más de lo mismo?
 
Para los que siguen estas cosas, las recientes reuniones del gobierno cubano, con sesión de la Asamblea Nacional incluida, dejan flotar muchas ideas. Ojalá uno tuviera mucho tiempo, entonces, para asentarse en la meditación y la tranquilidad, y generar el mejor análisis.
 
O, seguramente, el mejor análisis no es el que puede hacer uno. El mejor análisis es el que pueden hacer muchas personas. Debatir, desmenuzar, aportar nuevas ideas en colectivo; descartar las experiencias fallidas; recordar las que han dado resultado; insistir en las que no se han probado nunca, por H o por B, pero que conservan muchos argumentos de peso a su favor. Decidir luego, democráticamente, el resultado. O sea, acatar la voluntad de la mayoría y respetar los derechos de las minorías.
 
Lamentablemente, ese no parece ser el rumbo. Como anteriormente, cierta cúspide ilustrada "sabe" las soluciones mágicas que traerán la felicidad y prosperidad, dados un poco más de obediencia y resistencia por parte de las bases de la pirámide social. Pero, como acá abajo somos unos irreverentes, lo que menos vamos a hacer es quedarnos callados.
 
Por ejemplo, tomemos la anticipada intervención del compañero Díaz Canel, probable futuro presidente al término del actual mandato de Raúl Castro. Comentó Díaz Canel un número de cuestiones, sobre las que merece echar un primer vistazo.
 
Lo primero que pone a uno a pensar, es la descripción sobre la manera de implementación de los Lineamientos. Explica el vice que tenemos Comisiones de Implementación, Comisiones de Evaluación, Comisiones de Control, con Consejos Científicos Asesores y todo. Todo eso trabaja a toda máquina.  Diagnostican, revisan antecedentes, estudian factibilidades de las nuevas ideas...
 
Lo que brilla por su ausencia, es la intervención ciudadana en todo esto. ¿Cómo pueden participar, a estas alturas, el tuerquista, el panadero, el estudiante? ¿O será que la participación de los legos se redujo a la discusión del documento aquel, inicial, con tantas lagunas y contradicciones? ¿Quiénes representan los intereses de los diferentes estratos sociales en estas reuniones? ¿Cómo opinan los diferentes participantes? ¿Se requiere, de los no participantes, el ejercicio de fe de que aquellos representan verdaderamente el sentir popular y no van a secuestrar la voluntad democrática de la nación? Sin siquiera una cobertura de prensa exhaustiva, e información ampliamente disponible para los simples mortales, todas estas comisiones proyectan tenebrosas sombras, semejantes a espadas de Damocles, con las formas de despidos masivos, terminación de subsidios sin aumentos proporcionales de la remuneración del trabajo, mayores abusos contra los derechos laborales, cierre de empresas deficitarias, y una larga lista de preocupaciones.
 
No obstante, Díaz Canel parece considerar suficiente la cobertura de prensa, a pesar de que el tratamiento del tema en los medios oficiales suele ser sobre medidas ya cocinadas y aterrizadas, o de que la mayoría de la población no tiene acceso a redes informáticas y otros medios alternativos e informales, donde se realizan otros análisis y cuestionamientos.
 
Tampoco se puede decir, que el vicepresidente haya reconocido la responsabilidad de los máximos gobernantes en la inoperancia de la prensa. Con tanto verticalismo que hay en este país, cuesta creer que los niveles intermedios puedan defenderse de una prensa inquisitiva, si esta última recibe autorización y poderes efectivos para hacer el trabajo por el que suspiramos, desde la única fuente que conocemos que puede otorgarlos. En última instancia, el predicador debe comenzar por dar el ejemplo de la transparencia que dice defender... Y ya sería mucho pedir, por supuesto, el respeto a los derechos de libertad de circulación de ideas, de información, que se asienta en muchos tratados internacionales de los que Cuba participa y constituyen, supuestamente, el espacio natural para el desenvolvimiento de esa ciudadanía responsable y revolucionaria que, se supone, posee los medios de comunicación en el país.
 
El zar de las reformas cubanas, Marino Murillo, introdujo otros puntos candentes al ruedo. Hay que destacar que estos dirigentes insisten mucho respecto a que las modificaciones estructurales son para "perfeccionar", "actualizar" el socialismo cubano, para liberar las fuerzas de la empresa socialista, y no para revertir el sistema hacia el capitalismo. Muchas personas nos hemos cuestionado qué tiene de socialista una industria donde el obrero es un simple asalariado, sin poderes de autogestión o cogestión de la actividad productiva; sin la potestad de votar por la junta directiva; que puede ser despedido cada vez con mayor facilidad, y así sucesivamente.
 
Después de ver todos los pedazos que pude de la trasmisión televisiva de la alocución de Murillo, tengo que reconocer que me quedé impresionado. Ojalá publiquen pronto la transcripción, porque vale la pena recorrerla más despacito. Si la mitad de las cosas que anunció vienen de veras, habrá que decir que este país se habrá convertido en otro, de aquí al final del período de mandato actual. Algunas cosas, esperemos, serían para bien. Otras dan pie para muchas preocupaciones.
 
De funcionar los nuevos planes del gobierno, es cierto, las empresas contarán con mayores libertades, incluso para modificar los niveles de salario... Rectificamos, la empresa no: la dirección de la empresa. ¿Y el trabajador simple, el obrero, el mecánico? Tan asalariado, tan enajenado y tan embebido en una relación de venta de su fuerza de trabajo como antes, excepto que ahora cuenta con menos garantías todavía sobre su futuro. Y faltará ver a quién favorecerá la potestad que tendrá (la dirección de la empresa) de fijar salarios, para subir y para bajar. Recapacitemos: una dirección que no tiene que responder a los trabajadores de fila ¬–de hecho, puede despedir fácilmente a los que se pasen de la raya–; que va a tener mayores libertades sobre lo que produce, a quién se lo vende y de quién compra; con libertades para fijarse las remuneraciones que estime conveniente, a sí y a los que le sirvan bien. No es que yo abogue porque estas potestades sigan en manos, como hasta ahora, de burocracias obsoletas, improductivas e ineficientes, el problema es manos de quién pasan, si a las de los trabajadores como debería ser en el socialismo, o a la de la clase corporativa, como parece que va a suceder. Si en manos del director y sus compinches caen tantos poderes, para qué les va a hacer falta, además, un papelucho con un título de propiedad. Mientras, la central sindical seminaría a sus cuadros para que se entrenen en contemporizar con unos trabajadores díscolos que claman por salarios que les permitan vivir honradamente, sin necesidad de caer en ilegalidades.
 
Que se enfatize que el Estado se deshará de mucha actividad (sobre todo, pequeñas unidades de servicio y semejantes), cediéndo instalaciones y medios con distintos contratos de arrendamiento a los trabajadores, nos parece estupendo y un gran paso en la socialización real de la propiedad. Que se favorecerá el auge de empresas cooperativas, maravilloso. En cambio, el énfasis en mantener el control sin ese grado de participación, en el resto de la economía, son dos pasos en la dirección opuesta. Máxime cuando enuncian, rotundos, la decisión de cerrar o redimensionar (eufemismo para disimular un proceso típico de ajuste de plantilla a lo capitalista) aquellas empresas que no les resulten rentables, sin considerar siquiera la opción de dar cabida a los trabajadores en la gestión y administración de la unidad problemática. Menos mal que, dice Marino Murillo, no vamos camino a la privatización ni al capitalismo.
 
A Murillo, creí percibir, también le parece buena la cobertura de prensa de todo el proceso. Y yo sigo con mi cantaleta: la prensa habla y publica, sí, pero sobre resultados ya cocinados. Y siempre, por supuesto, defendiendo acríticamente que todas las repercusiones van a ser positivas. No veo que se realicen los cuestionamientos que a muchos nos preocupan, durante y a lo largo del proceso de mutaciones que se lleva a cabo. Así es imposible aquilatar cuáles obstáculos están verdaderamente en el camino, cuántos se deben a la inercia mental, quiénes de los decisores defienden cuáles intereses en realidad, quiénes tienen que poder real, y así sucesivamente. Así la ciudadanía, luego de la discusión inicial del proyecto de Lineamientos, ha sido reducida nuevamente al papel de espectador pasivo. Ha habido proyectos legislativos del Congreso y el Senado de los Estados Unidos, sobre los que nuestra prensa ha informado más a lo largo de la trayectoria desde la propuesta, discusión, negociaciones y hasta su aprobación o rechazo final, que lo que ha hecho respecto a todos los recientes Decretos y Leyes de nuestro país.
 
Y hablando de prensa. Yo sé que, como lego, no entiendo mucho de esas profundidades complejas de la economía y las finanzas, que tanto peso revelan cada vez que se trata de estos asuntos. Pero, entre lo poco que sé, veo que los planes y visiones, expuestos por el disertante, tienen una semejanza abrumadora, y por tanto, perturbadora, con el ideario plasmado en un polvoriento montón de revistas Sputnik de finales de la década de 1980, que guardamos en casa, en el hueco de una escalera. Va y el próximo chiste pesado que se pone de moda consiste en una aparente falta de ortografía en el nombre de Marino, Murillov.
 
Y, por último, no se puede realizar este abordaje sin dedicar un espacio muy serio a la intervención del presidente Raúl Castro. Interesante, fascinante, hipnotizante, se puede decir de cada mención de la posibilidad de la reunificación monetaria, que tanto lacera a los trabajadores que aportan y aportan a la sociedad, pero solo reciben exiguas cantidades de la moneda menos valuada. Nos vuelve a repetir el  General en Jefe que se estudia y avanza en el tema. Una vez más, con los detalles escamoteados, sin plazos a la vista, todo parece el mismo llamado de fe de siempre a una audiencia, hace mucho aburrida de lo mismo –aunque, ojalá, eh, algún día.
 
Y de hecho, la mayor parte del discurso, dedicada a la exigencia de control, orden y disciplina social, tenía un sabor a más de lo mismo. Lo mismo en lo que se insiste desde que tengo uso de razón. El mismo empecinamiento de siempre, desde el tiempo de los monarcas. Empecinamiento en que se acate la voluntad de arriba, y además se cumpla. Empecinamiento que siempre termina defraudado, ante la incontestable ley natural de que el ser humano no trabaja ni se inmola, como regla general, por amor a ideales etéreos. Ante la realidad de que las superestructuras morales, éticas, de comportamiento, etc., se desintegran inevitablemente con la decadencia del paradigma económico y político-social de la infraestructura o sociedad que debía sustentarlos. Y no tiene solución este problema con medidas solo políticas, o ideológicas, o educativas, puesto que la corrupción y la anarquía –en el mal sentido de la palabra– se enseñorean primero de los espacios más deteriorados –desde varios y distintos puntos de vista– para luego desbordarlos sin encontrar diques efectivos. Hasta que no encuentren otros paradigmas socio-económicos más poderosos. Valdría la pena observar ciertos espacios definidos por embriones de núcleos de mayor poder real, particularmente económicos, de nuestros lares; cómo la más zafia de las pesadillas de nuestros tutores de hoy, se vuelve una tierna calabacita, de saco y guayabera si es preciso, para pedir entrada en el espacio de esos poderes que aspiran a ser nuestros tutores del mañana.
 
La acumulación de sistemas de control, de controladores de los sistemas de control de lo controlado, y del control de los controladores de lo controlado controladamente, seguirá como la vía más efectiva hacia el descontrol. Un único sistema vertical de poder, excluyente de la participación popular, y que no se somete a sí mismo al escrutinio transparente, a la evaluación y administración por parte de la ciudadanía libremente organizada, no podrá parir otra cosa, excepto tal vez en aquellos casos infortunados y que nadie desea, a lo Pinochet o sus similares. El camino hacia un civismo consciente y próspero no puede prescindir del empoderamiento democrático de la población, en lo económico y en lo político. Otros llamados a los buenos sentimientos, la exigencia de ejemplos personales de quienes tienen más que ganar con el fingimiento, son intentos solo pueden terminar, como ya ha pasado innumerables y demasiadas veces, en esas arengas vacías y campañas de consignas en las que el presidente pretende no caer.
 
Eso, para no mencionar todas las veces que el gobierno y sus agentes han cometido groseras violaciones de las leyes, mancillando hasta la propia Constitución. ¿Se acuerdan de la época en que la entrada de los cubanos a los hoteles se encontraba (ilegalmente) bloqueada? ¿Cómo, aún ahora, tenemos vedados ciertos espacios turísticos? ¿Y no hay nadie para controlar eso? También vienen a la mente las imposiciones de los niveles centrales, sobre actividades en las unidades de servicios públicos de todo tipo, a sabiendas de que sin el abastecimiento centralizado que faltaba durante años y años, solo podía suplirse mediante componendas y trapicheos particulares de los involucrados, que solo así podían, por cierto, mantener abiertos sus centros de trabajo. ¿A quién culpar entonces de la generalización del "relajo"? En el mismo discurso de Murillo(v) se vio cómo un reconocimiento implícito de la necesidad de cambiar el texto constitucional, pues las leyes que autorizan la actividad de los nuevos empresarios, explotadores por cuenta propia, violan sus premisas. ¿Primero nos acostumbramos a la práctica violatoria, siguiendo una decisión de un poder unilateral, y luego es que cambiamos la Constitución de todo el país para sintonizarla con la fuente de aquella? Y tampoco se me escapó la parte donde Murillo explicó cómo los ministros de la agricultura y del azúcar, emitieron reglas que violaban principios del decreto ley que estableció hace añós, las primeras empresas de las llamadas Unidades Básicas de Producción Cooperativa. Ahora es por culpa de esas regulaciones de menor nivel, que nunca alcanzaron el carácter verdaderamente cooperativo. ¿Quién era el responsable de controlar a esos ministros, que habrían tenido entonces la responsabilidad de desgraciar nuestra agricultura durante más de quince años?
 
En resumen, que los fenómenos pronosticables a partir de la última sesión celebrada del Parlamento cubano ofrecen, desde el lugar de uno aquí abajo –y a la izquierda– una mezcla de resabios conocidos, con novedades inquietantes que habrá que seguir. Mientras, lo que nos queda es mantener nuestro empeño de reconquistar el ejercicio del derecho de participar, en la condición de igualdad de todos los ciudadanos que refrendan nuestra Constitución –y los principios de justicia humana y universal–, en la definición del presente y futuro de nuestro país.

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