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24 de agosto de 2014

¿Al capital, los derechos que nunca disfrutó el trabajo?

Las inversiones de capital de ciudadanos cubanos, en la economía local, serían la gota que colme el vaso de la transformación del confuso sistema cubano actual, hacia el capitalismo común y corriente.

 

Está en el blog de Silvio Rodríguez, que ya se le pasó lo de necio y decidió no morirse como vivió. Está en las columnas de Guillermo Rodríguez Rivera, que tiene la desfachatez de invocar al Ché Guevara como apoyo. Esteban Morales también lo apoya, a pesar de que no puede sino incrementar las diferencias sociales que ha denunciado en sus artículos. Está en los artículos del reputado economista José Luis Rodríguez y, tal vez, en las líneas de una ley general de inversiones que cocina Marino Murillo a espaldas del pueblo cubano. Está, finalmente, en el camino del aparente sentido común pues, después de los hoteles, los celulares y la Internet, es el único “derecho” que faltamos por recibir quienes nacimos acá.

 

Por la opacidad del gobierno cubano, no se sabe de hecho si esta medida está entre las contempladas por el mismo en su programa eufemísticamente llamado “actualización”. Además, una postura en el presente, no significa tampoco demasiado, dada la mutabilidad de criterios de nuestros gobernantes. Los crecimientos soñados de la economía no acaban de producirse. Puede que las atracciones extendidas recientemente ante el capital extranjero no reporten el resultado anhelado. Para el día de mañana, se pueden esperar giros más extremos todavía de las reformas que incluyan la bienvenida a una “burguesía nacionalista”.

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Ya me parece escuchar las explicaciones sobre lo adecuado de la nueva “modernización”. Que permitirá el crecimiento de la economía. Que no hay que temer que unos pocos progresen porque siempre habrá migajitas que se filtren hacia los de abajo.

 

No se puede abordar con justicia este tema, sin aclarar primero un montón de sub – entendidos que no están ahí de casualidad. Se habla del “derecho” de los extranjeros a las inversiones, por ejemplo de los brasileños. ¿Vendrá algún día a invertir un miembro del Movimiento Sin Tierras? ¿Un habitante de las favelas de Sao Paulo? ¿O vienen, más bien, capitalistas como esos de Odebrecht que aquí se les llama “buenos”, y arrastran allá cargos penales, por uso de mano de obra semi esclava en el empobrecido territorio del nordeste?

 

¿Cómo podría hablarse de algún tipo de derecho que no puede ejercer más del 90% de la población? El argumento de que el igualitarismo es malo tampoco justifica esta separación definitiva en clases de nuestra ya desigual sociedad. El capitalismo de estado que hemos vivido todos estos años culminará su evolución hacia el capitalismo simple y puro, sobre las mismas bases que promueve Wall Street.

 

Se ponen los pelos de punta al considerar el trastorno en las relaciones sociales. Los aspirantes a oficializar su disimulado señorío se hacen la boca agua. La pérdida de derechos laborales que se contempla hoy entre los empleados de los pequeños empresarios del llamado “cuentapropismo” se extenderá inevitablemente por las empresas regulares. En un colectivo laboral donde hoy nos tratamos como “compañer@s”, habrá mañana un par de personas a las que habrá que rendir pleitesía de “señor”. No porque sean mejores trabajador@s, más esforzados o sacrificados, sino porque tenían más dinero. ¿Y quién le va a llevar la contraria al nuevo patrón, acaso el sindicato?

 

Considérese dejar que un puñado de privilegiados, con la capacidad de invertir, se haga con el control de cuanto valga a nuestro alrededor. Teóricamente, la propiedad sobre los medios de producción, en Cuba, es del pueblo. ¿Quién se arroga la potestad de venderla, o de ceder derechos sobre ella? Empresas que construyeron nuestros antecesores, o bien llevan decenios operadas por ellos. ¿Con qué moral va a venir ahora una persona a decir “esto es mío, voy a cambiar aquello y voy a despedir a quien me de la gana”? ¿Cómo evitar luego la concentración de la propiedad en manos particulares? Cierto que el monopolio en manos del Estado ya es lo suficientemente malo, pero esto no es justificación para pasar de Escila a Caribdis.

 

Esta podría ser la oportunidad que esperan burócratas y políticos para obrar como sus colegas en la extinta Unión Soviética. Se volvieron millonarios de la noche a la mañana, mediante la malversación de las propiedades anteriormente estatales. No olvidemos que en nuestro aparato político-administrativo-corporativo, desde el presidente para abajo, todos o casi todos tienen familiares en el extranjero. Muchos tendrán conexiones con cuentas bancarias, recursos, fuentes de capital. Y los casos de corrupción han explotado tristemente, en los más altos niveles del Estado y del Gobierno, en la dirección de las corporaciones industriales, comerciales y de servicios, etcétera. Imagínense uno de esos adictos a las mieles del poder, con las manos sueltas en un proceso de inversiones privadas.

 

Ciertamente, nuestro país necesita un incremento sustancial en la generación de riquezas, con productividad y eficiencia. Nuestras empresas, descapitalizadas y obsoletas, necesitan de fuertes impulsos para mejorarse. Sin embargo, hay una fuente inmensa de energías sin explotar, una verdadera opción revolucionaria y socialista, única que nos puede sacar del bache sin precipitarnos irremisiblemente en modelos neoliberales.

 

Los nuevos patrones acapararán poderes gestores y administrativos sobre los medios de producción, por el mero hecho de tener dinero y ponerlo sobre la mesa. La justificación será que mejorará el depauperado estado de aquellos medios, la salud de la economía en general y siempre sobrarán las famosas migajitas que se caigan hacia los infelices. Se argumentará que la gestión privada obtendrá resultados muy superiores al reguero estatal de hoy, y por eso merecería esas potestades. En todo su resplandor, Don Dinero sería la nueva fuente de Derecho y legitimidad en la posible futura “modernización” del modelo socialista del gobierno.

 

Este camino llevará a una profundización de las desigualdades sociales en nuestro suelo que se tornará ya completamente irreversible, además de injustas. ¿Acaso alguien cree, para volver sobre el tema del racismo, que las personas de todos los colores de piel tendrán igual oportunidad de sobresalir a la hora de realizar inversiones privadas? ¿Qué los flamantes empresarios privados no reproducirán y reforzarán estereotipos y discriminaciones contra mujeres, negros, mestizos, jóvenes, personas con sexualidades no heteronormativas, portadores del VIH, residentes de las provincias menos desarrolladas y un largo etcétera? Y no contamos ni siquiera, todavía, con una ley contra las discriminaciones que pudiera auxiliar a los de abajo.

 

La ignominia de una situación así sobrepasaría cualquier colmo, y revelaría lo bajo que han caído los ideales revolucionarios por acá. Las personas trabajadoras invirtieron aquí sus vidas, sus esperanzas, sus años mejores y peores, en empeños de producción y economía para una sociedad más justa. Claro está que, bajo el sistema totalitario y burocrático, las mejores inteligencias y esfuerzos no encontraban estímulos. La eficiencia y la productividad cayeron irremisiblemente, por más experimentos y consignas políticas que se concibieron. Las potestades autonómicas de la gestión productiva y administrativa, en manos de los colectivos de trabajadores, hubieran podido revertir este marasmo, pero fueron siempre negadas, por las políticas de centralización y monopolio estatal. ¿Ahora se ofrecerán estas prerrogativas, simplemente a cambio de una jugosa cantidad de divisas?

 

No debe ser nunca la posesión de dinero, sino el ingenio, el esfuerzo, el sudor de músculos y mentes en el trabajo creador, lo que garantice potestades de ese tipo. Todas las personas trabajadoras tienen a su alcance la inversión de estos valores humanos, sin falsos igualitarismos, con verdadera justicia, hacia un verdadero socialismo. Estos caudales inmateriales han de ser lo que efectivamente le granjee el respeto, la autonomía y la prosperidad a cualquier individuo y colectivo. En cualquier fábrica, taller, institución, la reproducción material y espiritual de este país, estará mucho mejor servida siempre por la autogestión y el control de quienes allí laboran y forjan la nación cotidianamente.  Bajo principios cooperativos y autonómicos, con libertad para superar cada obstáculo y proponerse metas superiores, a su manera y bajo su responsabilidad, no habrá límites para el desarrollo de las ansiadas fuerzas productivas. Estos mecanismos democráticos, horizontales y liberadores, son los únicos que señalan el camino para el incremento de la producción material y espiritual, para el crecimiento del bienestar bajo el socialismo.

 

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