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6 de septiembre de 2014

¿Quién metió a la Iglesia en mi televisor?

Varias personas me habían comentado, en las últimas semanas, haber visto una película de tema bíblico, en un espacio de la televisión de los domingos. Justamente, el pasado domingo encendí mi televisor a tiempo de ver las escenas finales del largometraje, con Russel Crowe, que representa el mito del Arca de Noé.

 

Muchas personas se quejan de lo que pueden ver los menores de la familia en ciertos programas que reflejan realidades que no son de su agrado. Hagamos el ejercicio, para ver cómo se puede aplicar a esta película sobre el Diluvio. La divinidad del Viejo Testamento se enfada porque las criaturas (que Él mismo hizo) se han comportado muy mal. Vamos a obviar la contradicción o inconsecuencia de que el Omnisapiente lo debía haber previsto, desde que zumbó a Adán y a Eva fuera del Edén. Entonces aplica un remedio ¿santo? Un verdadero planeticidio, con aquella inundación que no contempla niños, mujeres o ancianos. La película hace despliegue de un alto nivel de truculencia y efectos especiales, que trasmiten de lo más bien el mensaje traumático de que con Jehová el Exterminador no se juega.

 

Vamos a recapitular cuidadosamente este asunto. No pretendo con este escrito, en lo más mínimo, hacer una diatriba anticristiana ni nada de eso. Pero sí tengo mis razones para molestarme con los criterios de selección de esta programación.

 

El sistema que hoy en día determina que se abra un espacio regular para el cine bíblico, es el mismo que ayer censuraba escenas o películas, porque incluían un contenido religioso y le aplicaba una tijera de manera absolutamente inmerecida. Aquello era igualmente absurdo, porque trataban de mutilar espacios legítimos de la realidad, solo que el totalitarismo tenía la veta del ateísmo mal comprendido. En el día de mañana, pueden llegar a esa oficina del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) unas personas con una filiación de fe distinta, e imponernos su creencia particular en la programación.

 

La televisión cubana es oficial, es estatal, es pública, y es monopolio y responsabilidad del Estado. De un Estado laico, si vamos a creer todavía a la Constitución. Los artículos 8 y 55 establecen la separación de Iglesia y Estado; la igualdad de consideración para todas las creencias y religiones, y la libertad que tiene la ciudadanía cubana de profesar cualquiera de ellas, o ninguna.

 

Con este fundamento, se puede cuestionar que el ICRT decida trasmitir, en un espacio regular, materiales parcializados con una doctrina específica. Esto constituye una violación de la libertad religiosa de las personas que no profesan esa fe en particular. Por cierto, que viola también la libertad de las personas que sí la profesan, aunque sea menos evidente, porque obra en detrimento del carácter neutro que debe conservar el espacio público, colectivo, plural.

 

Cuantas veces sea necesario, repetiré que no me motiva ningún sentimiento anticristiano o de censura. Defiendo que, quien lo desee, debe tener toda la libertad de consumir, producir y divulgar los materiales religiosos que estime convenientes, como individuo o como congregación de esa fe. Debido al origen de nuestra población y cultura, además, con frecuencia será difícil soslayar reales obras de arte que se despliegan a partir de un trasfondo compuesto de estos temas. Por poner ejemplos simples y contundentes, los cuadros de los santos en los museos, la poesía de San Juan de la Cruz, los cantos gregorianos, un dulce Ave María… Estos constituyen patrimonios de la cultura que atesoramos, y esperamos trasmitir a las nuevas generaciones el fervor que nos despiertan a muchos.

 

Tampoco hay que cerrar la puerta a la posibilidad de que, en el futuro, una parte de los largometrajes religiosos u otras obras contemporáneas, se incorporen a esta relación por sus propios valores. Ahora bien, no hay que apresurarse a imponer en este espacio, obras explícitamente doctrinarias y a las cuales el tiempo no ha dotado aún de una respetable perdurabilidad en cuanto a la capacidad de movilizar los sentimientos humanos.

 

Vuélvase a notar la responsabilidad de un Estado Laico que debe tratar equitativamente todas las creencias. Nadie podrá negar la existencia de obras semejantes, pero relacionadas con las creencias del sincretismo cubano, las musulmanas, las de la Nueva Era, entre otras igualmente respetables que existen en nuestro patio. ¿O vamos a decir que, como algunas tienen mayor cantidad de practicantes, tienen más derechos que las otras?

 

Esta tendencia de los domingos se une ahora a las ocasiones en que han decidido trasmitir misas católicas por los días de Navidad, igualmente por la televisión del Estado. Por este camino se naturaliza la discriminación de otras creencias y de las personas sencillamente ateas. No olvidemos que una doctrina religiosa particular puede ser portadora de un paquete de conceptos morales y éticos que no concuerda en su totalidad con los paquetes de otras doctrinas o el de la persona que no tiene ninguna. Y que esos conceptos son exaltados, con no poca frecuencia en detrimento de los espacios y potestades de los demás. Por ejemplo, ya existen en nuestro país dos días feriados en honor de una religión específica, y ninguno dedicado a otros cultos igualmente populares. Es un deber ciudadano prevenir y oponerse a esta otra violación de nuestras libertades y derechos.

 

En resumen, que aplaudo a cualquier congregación religiosa que desee ejercer, sinceramente, su culto y su proselitismo por sus propios medios. Incluso, se pudiera contemplar que sostengan, con sus propios medios, sus propios espacios en los medios de divulgación modernos. Si en estos medios se aporta la debida información sobre el objetivo y la fuente de sus programas, permiten la elección informada al consumidor. Pero de la televisión del Estado, me sacan a la Iglesia.

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